Nuestra percepción es una interpretación subjetiva que tenemos sobre el entorno. De hecho esta demostrado que solo recibimos el 0,5% de la información que nos rodea. Es decir que sobre cualquier escena que suceda ante ti, tu solo captarás el 0,5% de la información y con ella construirás “tu realidad”, que por supuesto tenderá a ser distinta de la de los demás. No vemos, sino que interpretamos.
Nuestra forma de percibir el mundo es principalmente inconsciente y está condicionada por muchos aspectos, tales como la historia familiar, la educación o las experiencias pasadas. Los condicionantes que configuran nuestras interpretaciones determinan nuestra experiencia, haciéndonos creer que lo que percibimos es la única realidad. Sin embargo, esta interpretación consiste en una proyección de nuestro sistema de creencias.
Ejemplo.
Me he criado en un entorno en el que la figura paterna ha estado ausente y en el que tampoco ha habido relaciones amorosas sanas o estables. Si mi padre aparece en una conversación, mi madre suele acompañarlo de un “hijo de puta”. Y de mi abuelo poco sé, que dejó a mi abuela por otra, "un mujeriego". ¿Y qué pasa? Pues que el concepto que desde pequeña yo he ido configurando en mi mente acerca de un padre, de una relación o de un hombre, ha sido en base a la experiencia familiar. Si toda esta información no la hubiese hecho consciente, seguiría pensando que todos los hombres son iguales, que están para hacernos daño y hubiese seguido atrayendo el mismo patrón de persona, porque la realidad que manifiestas es la que primero moldeas en tu mente.
En mis primeras relaciones experimenté lo que atraía mi madre: droga, control, celos, manipulación, incluso algún atisbo de violencia. Como ya lo había vivido como hija, rápidamente lo identifiqué y dije “uf no, yo no quiero esto”. Primer paso conseguido, ahora el tema era cambiarlo. Y es que si proyectas una persona que “abusa” de ti, lo importante es identificar qué parte de ti habita en él. Mientras lo sigas rechazando lo seguirás manifestando.
Al tiempo, me puse a reflexionar sobre algo que un amigo me dijo “Tú eres una maltratadora de hombres”, lógicamente me negué rotundamente, pero después de analizar cómo podía ser que pensara eso de mi, lo entendí. Me habían dicho tantas veces de pequeña que los hombres hacen daño, que antes de que me lo hicieran a mi, prefería hacerlo yo. Así como un “método de defensa”, mi escudo, un proceso totalmente inconsciente que me hacía huir de las relaciones; así que a la que percibía alguna amenaza, ciao, drama. Buscaba en el otro cualquier excusa que justificara mi fuga. Así la culpa tampoco era mía.
Y así he estado años, negándome la oportunidad de descubrir el amor desde mi propio prisma, sin condicionamientos pasados o expectativas futuras. Y más allá del amor, la figura del hombre en general, se manifestaba ante mi, como una lucha de poder constante, a través de jefes, parejas o cualquier hombre que se cruzara por mi camino.
Hasta que no disolví todas esas creencias limitantes y desaprendí la información almacenada, no recuperé el poder de manifestar lo que verdaderamente resonaba en mi (aunque suene muy a gurú, no es así, es tiempo y dedicación, experiencias y aprendizaje; no hay una llave maestra, sino un camino hacia el conocimiento de uno mismo).
En fin, todo esto para resumir, que en el otro habita información aparentemente oculta, y que en esa relación de espejo, nos podemos descubrir, completos, abrazando lo que hemos estado rechazando y proyectando en el entorno. Sino, iremos repitiendo experiencias sin entender el porqué, y seguiremos poniendo al culpable fuera. Debemos hacernos responsables, mirarnos al espejo.
Si quieres hablar de esto, me encantará acompañarte hacia tu sombra. Así que dime, ¿qué no soportas que hagan los demás?